🏷️ descripción: El testimonio de Susana Moreira, una mujer con distrofia muscular avanzada en Chile, nos interpela sobre la dignidad, el sufrimiento y el papel de la comunidad cristiana ante el final de la vida. Un año clave para el proyecto que busca legalizar la eutanasia en ese país.
“Mientras mi cuerpo me lo permita, quiero seguir viviendo”, dice Susana Moreira, chilena de 41 años, desde su cama, conectada a una máquina BiPAP que la ayuda a respirar. Tiene distrofia muscular progresiva. Sus músculos se debilitan, su voz se apaga, su autonomía se reduce cada día. Pero su deseo de vivir sigue intacto. Lo que ella pide no es morir, sino poder elegir cómo y cuándo detener un sufrimiento que pronto será irreversible.
Este 2025 puede ser decisivo: el Congreso de Chile debe pronunciarse sobre un proyecto de ley que busca legalizar la eutanasia. Y los cristianos no podemos mirar hacia otro lado, sobre todo al considerar el final de la vida.
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💬 Una voz frágil, una convicción firme
Susana fue diagnosticada a los 12 años. Hoy vive postrada, con dificultades para tragar y respirar. Sabe que pronto perderá la capacidad de hablar. Por eso grabó un video: “No quiero que me dejen esperando. Quiero tener una herramienta, una ley, para cuando ya no pueda”. El video, publicado por la Fundación Derecho a Morir Dignamente, se ha viralizado y ha puesto rostro humano a un debate que muchos prefieren evitar.
Es fundamental que entendamos que el final de la vida de cada individuo merece ser tratado con dignidad y respeto.
El proyecto de ley, aprobado por la Cámara de Diputados en 2021, sigue detenido en el Senado. El presidente Gabriel Boric ha dicho que espera avanzar este año. Según encuestas recientes, más del 85 % de los chilenos apoya la eutanasia en casos de enfermedades terminales.
⛪ ¿Qué dice nuestra fe cuando ya no hay cura?
El dolor y el sufrimiento que enfrentan las personas en su final de la vida no deben ser ignorados ni minimizados. Las preguntas sobre el final de la vida son complejas y requieren de una respuesta compasiva y reflexiva.
Como seguidores de Jesucristo, creemos que toda vida tiene un valor incalculable. Pero también sabemos que el dolor no puede resolverse con frases hechas. Jesús no evitó el sufrimiento humano: lo abrazó. Lloró ante la muerte de su amigo Lázaro, sanó a los que pudo, y escuchó a los que ya no tenían esperanza. Nuestra fe no es evasiva; es encarnada. No dice “aguanta en silencio”, sino “yo estoy contigo”.
No se trata de justificar la eutanasia. Pero sí de entender el grito detrás de ella. Cuando alguien como Susana dice “No quiero morir mañana. Pero no quiero ser esclava de una máquina”, no está negando la vida, sino buscando una forma digna de atravesar la muerte. ¿Qué le ofrecemos como comunidad cristiana? ¿Qué alternativas concretas tienen quienes viven con dolor crónico o enfermedades terminales en América Latina?
La comunidad debe estar dispuesta a dialogar sobre el final de la vida y las opciones que tienen quienes enfrentan esta etapa.
🤝 El verdadero desafío: estar presentes
Muchos evangélicos han reaccionado con rechazo frontal al proyecto de ley. Y aunque es válido preocuparse por la defensa de la vida, debemos preguntarnos: ¿qué hemos hecho para crear una cultura del cuidado al final de la vida? ¿Dónde están nuestras iglesias cuando las familias no tienen acceso a cuidados paliativos? ¿Qué hemos hecho por las personas que mueren solas, en condiciones indignas, sintiéndose una carga?
El cuidado y la atención al final de la vida son imprescindibles para quienes sufren y buscan paz.
Hacer frente al final de la vida con amor y comprensión es una responsabilidad de todos como comunidad.
Recordemos que cada final de la vida es único y debe ser abordado con atención y respeto.
La compasión cristiana no es lo mismo que el consentimiento a todo. Pero tampoco es indiferencia. Tal vez no podamos aprobar la eutanasia, pero sí podemos aprobar más ternura, más acompañamiento, más recursos y menos burocracia para quienes están llegando al final del camino. Porque lo contrario de la eutanasia no es el abandono: es la comunidad.
Es nuestra misión como cristianos ofrecer apoyo y compañía a aquellos que se encuentran en el final de la vida.
📖 Una oportunidad pastoral para nuestra generación
El caso de Susana Moreira es más que una noticia. Es un espejo. Refleja cuánto nos falta en nuestra cultura del cuidado, y cuánto podemos hacer todavía como Iglesia. Tal vez el debate no se gane en el Senado, sino en nuestros corazones: en la manera en que decidimos mirar —o ignorar— el sufrimiento ajeno.
Que Dios nos libre de usar la verdad como excusa para no amar. Y que nos conceda la gracia de ser comunidad para aquellos que, como Susana, ya no pueden más.